Vulnerable
- Lola R
- 14 ago
- 3 Min. de lectura
Actualizado: hace 13 horas

Yo creo que a veces no me doy cuenta de cuando ya es ya. La vida sigue y en el pasar del tiempo descubro que las cosas no son como ayer. Todo cambió frente a mí y no me percaté. Un día levantas la vista y todo es diferente. Te cae el peso de la verdad.
No me gustan las despedidas, ni decir adiós… Aunque a veces no queda de otra. Entonces comprendo que tengo que hacerle frente a la realidad y cerrar ciclos.
¿Cómo estuve tan ciega?
¿Cómo es que no me di cuenta?
Hace unas semanas dije que había escrito lo más bello que había escrito jamás. No necesariamente por lo poético, más bien por la honestidad de lo que decía. Hacía mucho no me sinceraba tanto sobre algo abiertamente. Mi mayor temor era que al leerla, el destinatario, se aburriera. Que se sintiera fastidiado, molesto, incómodo; o peor aún, que la leyera y no hubiera reacción.
Aún así la envié, porque entendí que no era mía. Esas letras ya no me pertenecían. Creo que nunca me pertenecieron. Soltar esas palabras se convirtió en un acto de desprendimiento. La práctica de soltar. De dejar ir. Qué complicado es todo.
Por un momento me sentí vulnerable. Yo misma estaba poniéndome en una posición incómoda, no por gusto; creo. Tampoco por necesidad. Siento que parte de crecer y de madurar es la necesidad y la responsabilidad de afrontarlo todo. Lo bueno, lo malo, lo regular y lo incómodo. Incluyendo lo que me hace vulnerable frente a lo desconocido. Frente al: ¿y qué pasa sí…? Frente al: ¿y qué pasa si no…?
No me gusta lo desconocido. Aún así, hace unos años me fui de Puerto Rico a aventurar a Estados Unidos. No lo veía cómo “lo desconocido” porque yo iba constantemente a New York. Así que vivir y trabajar por allá no “debe ser tan diferente" pensaba yo.
No estaba equivocada. Estaba equivocadísima. Decir que me fui a lo desconocido es un eufemismo. Se queda corto. Llegué a un hoyo negro que intentó tragarme. Tuve que luchar contra él y pintarlo a mano de colores.
Los colores, las estampas, los matices, las dimensiones, las luces y sombras que transformó a aquel hoyo negro en mi vida, fue a costa de mi vulnerabilidad. De mis lágrimas. Del miedo. De sentirme débil y aún así continuar.
El no querer sentirme vulnerable hace que olvide lo decidida y fuerte que puedo ser. Lo mucho que puedo aguantar. Aunque lo haga llorando. Aunque lo haga con miedo.
No todas las cosas son como quisiéramos que fueran. Qué diferente sería todo, ¿verdad?
Le comentaba a una amiga que Mercurio retrógrado se había llevado algunas cosas y ella en su sabiduría (y la paciencia que me tiene) me dijo: “Lorraine, a veces las cosas se van porque es lo que más nos conviene. No es lo que tú necesitas.”
Y esa combinación de lo que necesito vs lo que quiero. Junto con el miedo a sentirme y mostrarme débil con la seguridad de saber que todo siempre resulta para bien, ha sido lo que me ha sostenido en estos últimos años. A veces se me olvida. A veces no me doy cuenta.
La realidad de la vida es tan diferente a la versión de nuestros sueños. No necesariamente mejor o peor, simplemente diferente. Hay perspectivas que no vemos porque no nos atrevemos a movernos. A dar ese salto.
A veces, porque estamos detenidos esperando que sea otro el que dé ese salto a lo desconocido. A lo nuevo. Esperando que salte para que pueda verlo todo desde nuestra óptica, desde nuestra esquinita. Esperamos que sientan la fuerza y lo hagan. Para que nos acompañe en el camino. A veces se siente como esperar por un tren en una estación abandonada.
Estas últimas semanas se han sentido así. Saltos al vacío sin red y sin cuerda para sujetarnos.
Me gusta (y me conforta) pensar que todo siempre obra para bien. Que cuando saltamos al vacío siempre ganamos.
Que hay que seguir intentándolo. Hay que seguir desprendiéndonos de lo que no nos pertenece. De lo que ya no es nuestro. Hay que aprender a hacer espacio para lo nuevo, para lo que falta, para lo que está por llegar. A veces, se hace el espacio confiando en lo desconocido y agarrados de la mano con el miedo.
En estos días hice algo con miedo. Ese miedo que se esconde en la garganta y sientes que te roba la voz. Ese miedo que se esconde en tu pecho y piensas que no va a resultar. No sé qué va a pasar pero doy fe de la satisfacción de haber saltado y estar en caída libre.





