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Romper

Actualizado: 9 oct


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Se  rompió mi platillo favorito. Se cayó y reventó en mil pedazos. El ruido que hizo el platillo al caer al piso me dejó casi paralizada. No sabía que el platillo estaba ahí. Tampoco esperaba que se rompiera.  Me quedé mirando el piso pensando en cómo coños se cayó. ¿Por qué estaba ahí? Respiré. 


El viernes pasado, mi blower expiró después de 25 años conmigo. Ha sido un chiste entre algunos de mis amigos porque como me dijo una amiga: ya le tocaba.  Y sí, era tiempo. 25 años. Salió buenísimo. Ahora, el platillo. Parece como si todo hubiera decidido romperse al mismo tiempo. 


Le decía a una amiga que yo cuido las cosas. Que por eso pensaba que el blower me había durado tanto. Eso de que lo quiere se cuida y dura más o algo así. Una de esas cosas que siempre decimos para justificar o añadir a la conversación. 


Pero no siempre lo que se quiere y se cuida va a durar.  A veces tenemos que aceptar que el momento de decir adiós llegó. Hoy, ayer, un año atrás. Hay cosas que se rompen aunque permanecen intactas. Hay cosas que dejaron de funcionar y no les falta ni una sola pieza; y es que no todo lo que esté completo nos es útil. 


No todo lo que está completo es lo que necesitamos. Lo que nos hace falta o lo que queremos conservar. Lo que queremos cuidar. 


Aprender a aceptar que las cosas caducan y tenemos que continuar sin eso, sin las personas, sin los lugares. Qué difícil es. Es aprender a vivir nuestra vida sin algo que fue parte de ella por mucho tiempo, por poco tiempo, por su peso, por su impacto. Por quién es. Por quiénes son.  


Aprender a aceptar que aquello que un día fue parte importante de nuestra vida hoy ya no lo es.  Nunca más. Aprender a aceptar que se acabó y que hay continuar. Hay que seguir.


La caída del platillo me hizo reflexionar en lo que tenemos y cuidamos pero ya no le damos uso. Hacía meses que no usaba ese platillo. Se me había olvidado que estaba ahí. Se me había olvidado que existía. Pero lo conservaba. 


A veces hay que declutter lo que hay en el clóset, en la gaveta. También en la mente, el alma y el corazón. Hay que limpiar y organizar todas las partes de nuestro ser para que la vida sea más ligera. 


Aprender a hacer espacio. Hacer espacio para nosotros, para lo nuevo. Para lo que no sabemos qué queremos todavía. Para lo que todavía no sabemos que necesitamos. Para lo que nos hará feliz. Hacer espacio para aquello que nos está buscando. Aprender a ser como una vasija vacía para poder recibir. 


La realidad es que el proceso de aceptar que ya las cosas no son como antes, que se acabó no es fácil para nadie. Que es momento de continuar sin lo que nos era costumbre. Continuar sin eso que fue parte de nosotros. La aceptación del final, del desprendimiento, de aceptar. 


Aceptar que la realidad y la vida va a cambiar  no es tarea simple. Tal vez porque no lo entendemos. Tal vez porque no lo queremos aceptar. Incluso, porque no nos atrevemos a decir por qué ya no funciona. 


No nos atrevemos a decir que se acabó, que se acabó el amor, que nos cansa la rutina, la monotonía, lo mismo. Que queremos algo nuevo, que queremos algo diferente. Miedo a decirlo por el cambio que traerá, miedo a herir los sentimientos de alguien. Miedo al cambio. Miedo a decir que ya no somos felices. Miedo. 


Aprender a aceptar y a decir que ya nos somos felices en la vida que construimos. Podemos seguir amando esa vida pero ya no nos llena. Ya no es para nosotros.


Me da tristeza pensar en la cantidad de gente que vive una vida rota por miedo a encarar la realidad. Porque no han encontrado el valor.


Mientras me pongo a barrer los pedazos de vidrio que hay en el piso… quiero pensar en lo nuevo que va a llegar. En cómo las cosas que no necesito se van rompiendo solas para hacer espacio. Igual con la gente y las emociones. Dejarlas irse, alejarse y convertirse en recuerdos en nuestras vidas. 

 

Para que cosas nuevas lleguen a habitarnos. Cosas mejores. Más necesarias. Todo eso que buscamos y que, a su vez, nos está buscando.

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