Cambios
- Lola R
- hace 20 horas
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Actualizado: hace 1 hora

De la misma manera que no lo pienso dos veces para renunciar… no lo pienso para volver a comenzar. No me queda de otra. Es parte de.
Estas pasadas semanas trajeron muchos cambios que ya eran necesarios. Cambios que no estaban vislumbrados en mi plan de vida para el 2025 pero en el andar entendí que había que hacerlo. Me era imposible continuar con la vida de la forma en la que me llevaba. Y digo que me llevaba porque yo jamás hubiera querido esas semanas grises en mi vida.
Por eso renunciar y recomenzar me salió tan fácil y tan natural. Fue lo mejor que hice. No me arrepentiré nunca.
Hace muchos años los cambios me daban miedo. La mera idea de pensar en los cambios traían cierto temor y ansiedad a mi vida. Lo desconocido, la incertidumbre… Mientras veía como pasaban los días envuelta en lo mismo. La misma rutina. Una rutina que no era productiva. Una vida que no me llenaba. Sentirse incompleta, siempre buscando algo que no llega; que no se materializa. Entonces entendí que eso es lo trae el cambio. Cambiar. Moverse. Alejarse. Encontrarse.
Tener que encontrarse a uno mismo sin haberse perdido. Qué irónica es la vida a veces.
Así empezó la necesidad del cambio.
Me gusta la idea y la satisfacción que trae saber que puedo cambiar completamente de vida y descubrir nuevas pasiones, nuevos motivos, nuevas aventuras; nuevas ciudades. Incluso descubrir nuevos miedos. Los retos. Lo desconocido. El no saber si las cosas me van a salir bien pero tener la certeza de que confío en el instinto. En la intuición. Que todo siempre obra para bien. Siempre.
Poder saltar al vacío confiando en que habrá tierra firme que aguante.
El issue con los cambios es que siempre implican finales. No todos los finales me gustan. No me gustan. No siempre los busco. Pero también he aprendido a que, como todo en la vida, los finales son tan necesarios como respirar. No se puede vivir con el punto final en la palma de la mano y no cerrar el capítulo por miedo.
Que contradicción. Soy amante de las renuncias y me pesan los finales. Dos verdades contradictorias que me habitan en lo profundo.
Hace unos días, una amiga publicó un mensaje en Twitter en el que decía que la mejor movida es saber cuándo retirarse. Continuaba diciendo que hay finales que nos tocan, que nos marcan pero moverse es necesario… Si ya no pertenecemos no somos felices.
Y llegar a ese momento de entendimiento, a veces, nos cuesta mucho y no somos tan valientes o tan arriesgados o tan decididos como pensamos que somos. Al menos, yo. Porque soltar nos cuesta siempre. De alguna manera.
Mi amiga, Emily, no lo sabe pero cuando leí lo que compartió entendí que había un final que me estaba tocando poner en marcha. Que me estaba costando aceptar. Y sí, hay que moverse y hay que hacer todo lo que esté en nuestras manos para ser feliz. Incluso aceptar que lo más que anhelamos no es posible. Al menos, por ahora. Hay que cerrar la puerta y caminar.
Nunca vamos a descubrir otras vidas, otras emociones, otras alegrías, otros amores, otras personas si nos empeñamos en permanecer en inercia. En lo estable. Lo familiar. La rutina. Lo que nos va quitando la vida poco a poco mientras todo permanece en la seguridad. Mientras todo permanece en la seguridad que nos va desgastando la vida poco a poco.
Esos son los cambios que no hemos contemplado, son a veces, lo mejor que nos puede pasar. No todos los cambios salen de uno, a veces, vienen con un golpe bajo de otros. Incluso, vienen de terceras personas que no saben que sus acciones (o la falta de ellas) tiene un impacto directo en nuestra vida y en el camino que queremos o que tenemos que tomar.
Ayer comencé a escribir otro capítulo en mi vida. Un nuevo camino. Un nuevo capítulo. Con nuevas emociones, nuevas esperanzas. Con la ilusión de saber que todo siempre obra para bien. Que siempre me puedo lanzar al vacío y confiar en el aterrizaje. Que puedo confiar en el instinto y en mi intuición.
Y aunque aún no estoy preparada para otros movimientos y otros finales, sé que todo estará bien. Siempre.