Renunciar
- Lola R
- 3 sept
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Actualizado: 9 sept

Escribí dos cartas de renuncia. La primera, después de leerla, Rafael me dijo: Lola… tú no puedes enviar eso. La segunda fue una versión extremadamente corta de la primera, el primer y el último párrafo. Ni modo. A veces sí le hago caso a Rafa.
Yo nunca lo he pensado mucho para renunciar a un trabajo. No sé si es irresponsabilidad o responsabilidad, pero me niego a permanecer en un lugar que no me haga feliz. Porque nos vamos a morir y no quiero pasar mis días en infelicidad.
Hace varios años cuando recibí la llamada de una amiga diciéndome que estaba a punto de comenzar su tratamiento de cáncer, algo cambió en mí. El miedo a su enfermedad. El miedo a la fragilidad de todo. El miedo a perder mi vida en lo que no me gusta. Perder mis días en lo que no me llena.
Sí, la responsabilidad económica es importante. La hipoteca, el carro, el plan médico… pero, ¿y la vida? ¿Cómo se vive así? ¿Cómo es que nos permitimos ser prisioneros de la vida mientras la vida se nos va?
Mi elección es y siempre será priorizar mi paz, mi bienestar y mi crecimiento en espacios más saludables. Eso incluye trabajo, grupos sociales, de amigos, de comunidad. La vida y el mundo ya son bastante difíciles como para también transitar en espacios que no promuevan la tranquilidad; en cualquiera de sus manifestaciones.
Si de algo estoy segura es que como empleada soy de lo mejor. Me gusta trabajar. Me gusta hacer las cosas bien. De manera eficiente, organizada. Me gusta ayudar y que el día fluya, para todos, de la mejor manera posible.
Detesto la vagancia laboral, la mediocridad, la falta de urgencia. Detesto las cosas mal hechas. Detesto, aún más, a los lisonjeros. Esa gente que carece de virtudes, talentos, habilidades y que sencillamente brillan por lo inútiles que son. Con eso…, con eso no puede competir. Menos luchar. Qué muchos son.
Siempre supe que mi paso por el hospital era temporero; un desvío en el camino de vida en mi momento de pausa. Con lo que yo no contaba era que realmente despertara mi pasión. Que me enamorara de lo que hacía y el por qué. La cantidad de gente maravillosa que conocí. La cantidad de gente indeseable que conocí. Lo mucho que aprendí.
Pero ya era tiempo de retomar mi andar hacia otro rumbo. Estoy feliz y más que complacida por lo vivido y logrado. Y aunque sigo pensando que trabajar con Boomers es horrible, le agradezco a varios por enseñarme a no ser como ellos. Todo es aprendizaje. Todo es movimiento. Hay que aprender, aplicar y moverse.
No todas las renuncias son laborales. Existen otras un poco más profundas o superficiales, de acuerdo a tu perspectiva. De acuerdo a tu fortaleza. A tu fuerza. A tu integridad.
Tampoco lo pienso mucho para renunciar a ellas. Y aunque puedo ser un poco terca e impulsiva (una combinación difícil), he aprendido a soltar cuando algo ya caducó. O cuando yo caduqué en la vida de alguien. En la vida todo es ir. Dejar ir. Dejar que se vayan.
Una de las maravillas de renunciar es la oportunidad de volver a tener un lienzo nuevo. Un lienzo nuevo en el que se pueda volver a trazar rutas, caminos, destinos o corazones. Volver a buscar inspiraciones y lugares. Seguir creciendo. Seguir conociendo. Experimentando. Tocando. Queriendo.
A veces, renunciar significa enfrentar la realidad de que algo no será. Que alguien no va a cambiar. Alguien que no va a llegar. Que hay que sanar heridas, el ego, el corazón. Renunciar puede significar que esa versión de ti ya cumplió el propósito y hay que entrar, nuevamente, a lo incierto; a lo desconocido.
A veces, renunciar se siente como haber fallado, cuando realmente es el mejor ejemplo de que vivimos y tratamos e intentamos y seguimos luchando. A veces se nos olvida, al menos a mí, que en intentarlo hay propósito y voluntad.
A veces, renunciar se siente en soledad y distancia. Mientras te reorganizas. Mientras sanas. Mientras curas las heridas. Mientras vislumbras el futuro, la meta. El nuevo horizonte. El nuevo mañana.
A veces, hay que renunciar a muchas cosas, relaciones, trabajos, grupos, comunidades. A veces, hay que renunciar a versiones de ti que ya no encajan en la vida que deseas; en la vida por la que trabajas. A veces, hay que renunciar a la gente que se empeña en mantenerte en esos lugares.
A veces, renunciar es ganar. Ganar libertad. Ganar desapego. Ganar respeto. La dignidad. A veces, renunciar es el mejor regalo.
No sientan miedo a moverse y renunciar a todo lo que los mantiene estancados. Hay que moverse. Buscar la pasión. Darle rienda suelta a lo que se desea. Ahora. No hay mejor sensación que ser libre, vivir en libertad y a plenitud. A veces renunciar es lo mejor que nos pueda pasar.





