La carta del destino
- Lola R
- 23 jun
- 5 Min. de lectura

Me senté a escribir una carta que es muy probable que nunca envíe. No porque no pueda sino porque es como un mapa de mis pensamientos. Todo lo que pasó y también lo que no. Con mil detalles y las historias previas que ahora hacen sentido. Es como una entrada a todas las esquinas y recovecos de mi cabeza. Me aterra pensar que no la lea, que se aburra o que piense que es mucho. No sé. O, lo que es peor aún: que la lea y nada pase.
Digo que es lo más lindo que he escrito y aunque puede que exagere, la realidad es que lo lindo de esas letras lo veo en lo profundo y puro del sentimiento que sacó; lo que provocó. Lo que me atreví a escribir y a revelar. A compartir.
¿Ustedes creen en el destino? Yo a veces sí… y es que se me hace casi imposible no creer en él cuando me permite vivir, sentir y experimentar cosas que no podría explicar de otra forma. Esa manera tan sutil y casual en la que se entrecruzan los caminos y las vidas y nos alteran, y aunque todo continúa, ya nada será igual. ¿Ese poder es mío?
Una noche cenando en Barcelona, la mesera venezolana me preguntó si por casualidad,
yo sabía cuál era el título de una canción de salsa que cantaba un puertorriqueño. Ella solo recordaba algo de la melodía y apenas la podía tararear. La tarareó. Ah, sí, yo conozco esa canción. Le dije el título y quién la cantaba. La tensión mientras buscaba la canción en internet. ¡Esa era la canción! Un round de shots para todo el restaurante a nombre de Puerto Rico y mío, porque me sabía el título.
Si eso no es el destino, entonces ¿qué lo es? Porque justo aquella noche decidí cenar en el restaurante mexicano y no en el bar español como era el plan original. Reconocí la melodía de una canción que alguien llevaba en su mente por años. ¿Eso fue resultado de un millón de decisiones que he tomado a lo largo de mi vida o un evento fortuito del destino?
Entonces, tampoco es cosa del destino aquella mañana en la que mi amiga despierta con el impulso de irse a Colombia y desde la mesa de mi cocina, mientras tomábamos café, compra el pasaje y tres horas después estaba de camino al aeropuerto. Justo allá en Colombia, en ese viaje, conoce al amor de su vida. Porque ese día ambos decidieron ir a la clase de la mañana en el gym de aquel barrio en Medellín.
¿Es, entonces, la vida la que va hilvanando lo que nos sucede y nos pone a gente en nuestro camino que tiene como propósito mejorarnos, cambiarnos, movernos, jodernos o cualquiera de las otras miles de posibilidades…? O, ¿son solo cosas que suceden y nosotros amplificamos o disminuimos su intensidad de acuerdo al impacto, a la expectativa, a la esperanza?
“Random, I know… Pero, ¿tú crees en el destino?”… le pregunté a varios amigos y las respuestas fueron bastante variadas. Un NO rotundo acompañado de un: “Uno construye a base de las decisiones”. Otro me dijo: “Por ejemplo: nuestro encuentro en la Iupi estoy seguro que fue el destino. Dos personas random que se complementan a la perfección. El destino nos unió”.
Una amiga me dijo que sí cree en el destino. Para que te sucedan cosas y para que no sucedan. Aunque lo desees con todas tus fuerzas: “Pero Lola han sido tantos casi casi”… Cuando no es pa’ uno, no lo es.
Eso me hizo pensar en el dicho mexicano: “cuando te toca, ni aunque te quites; y cuando no te toca, ni aunque te pongas”. Entonces, ¿qué es? ¿Por qué para unos sí y para otro no, o no tanto?
Y vamos, que no me quiero poner filosófica ni empezar a hablar de Las Moiras ni irme en un viaje pero… Lo no me sale de la cabeza es el por qué o la razón por la cual nos cruzamos con gente en nuestra vida que simplemente no. ¿Cómo fue que lo construí? ¿A base de lo que decidí hacer? ¿Lo que no hice? ¿Lo que dije vs lo que no dije? Tampoco es que estoy tratando de echarle la culpa al sino por mis decisiones pendejas (!!) pero ajá… ¿Existe?
Llevo varias semanas pensando en cómo sería mi vida hoy si no hubiera hecho algo hace unos meses. Un mínimo gesto que tuvo grandes repercusiones. No sé si me voy a arrepentir o si ya estoy arrepentida pero escribí la carta para hacer grounding y reflexionar… Porque hay acciones que parecen simples y sencillas y a la larga nos cuestan mucho. No solo en consecuencias. En tiempo. En el pensamiento. En el sentimiento. En la fuerza. En el impacto.
Pero ese encuentro en particular… que me trae a esta reflexión debe ser cosa del destino. No hay de otra.
¿Controlamos nosotros lo que nos sucede o estamos a la merced de lo que, inevitablemente, tiene que pasar? Yo soy fiel creyente de que “el hubiera” no existe. Se hizo o no. Se dijo o no. Lo intenté o no. Pero eso viene acompañado del problema que trae ser impulsiva. Porque es posible que mis impulsos le ganen al destino en rapidez. Así que es bastante probable que yo misma esté construyendo lo que le tocaba al destino por desesperá. Para los que creen en las Astrología, yo tengo a Mercurio, a Marte y al Sol en Aries... No es fácil.
Otra amiga me dijo: “A lo que le des tiempo y espacio es lo que se va a manifestar. Las personas siempre tenemos libre albedrío”.
Pues eso encaja más con la idea de que se va formando a medida que vamos caminando y decidiendo… pero cómo explicar lo que no tiene explicación ¿Esa magia sale de nosotros? O es, simplemente, que no hay tal magia, ni hilos mágicos y que solo hay algunos que han construido mejores caminos que otros.
En definitiva no tengo respuesta aún. Seguramente nunca las tendré. Pero al final del día, cuando cae la noche y el silencio llega… Me gusta pensar que hay cierta magia en lo que nos toca vivir y que sí, que nuestro destino (o parte de él) ya está escrito. Que ahora nos toca a nosotros descifrarlo.
La carta… pues, aún no sé lo que querrá el destino hacer con ella. Mientras, permanece en el espacio donde esperan todos los textos que están por ver la luz.
Y ustedes, ¿creen en el destino?