Grief
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Grief

  • Foto del escritor: Lola R
    Lola R
  • hace 3 días
  • 3 Min. de lectura


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Hace unos días me senté a borrar contactos del teléfono. Había números allí de gente que ni me acordaba que existían… No sé cuántos borre. Tal vez 20, 50, no sé. Lo que sí sé es que hay dos que no puedo borrar. No tengo ni el valor ni la valentía para hacerlo. 


A veces quisiera escribirles y decirle que las extraño. Que me hacen falta. Que me den un abrazo. A una de ellas le quiero decir que le tengo unas novelas de romance para enviárselas con Rafa. A la otra, decirle que hay un get en casa y que si necesita que le repita la dirección para ver si esta vez no se pierde… “No quiero que llegues a Los Colobos. Recuerda que es la sexta escalera, no la quinta… Es el segundo piso, no el tercero…”  


Grief es un sentimiento bien traicionero porque cuando menos lo esperas ahí viene y te acata.  Lo sientes como un puñal en el medio del pecho. Y estas ahí, en medio de la clase, en medio del almuerzo, esperando que la luz cambie y todo el dolor llega de una. Te corta la respiración. 


En estos días he pensado bastante en ellas dos. Lili, la madre de mi mejor amigo, se nos fue inesperadamente hace unos años. Todo lo que pasó esa noche y al otro día en la mañana lo llevo como una película en la mente. Igual, con Jennifer, una de mis más queridas amigas que se nos fue en medio de la pandemia y no la pude despedir como merecía. 


Desprenderme de esos números es algo que no concibo. Creo que sería el último acto de despedida. Porque tenerlas ahí en la lista de contactos me hace sentirlas a un mensaje o a una llamada de distancia. Todavía están ahí.


Constantemente, a Rafa y a mí se nos salen las lagrimas, a veces en medio de la risa, porque siempre llegamos al: nos hace falta en esta foto, si viera a fulana ahora qué orgullosa estaría o, Jenny estuviera limpiando después del party o perdida en Carolina. 


Con Lili intercambiaba novelas y con Jennifer me reía hasta llorar. Lili fue, es y será mi segunda madre. Jenny nunca se aprendió la dirección a casa. Ni cuál es la escalera, ni el apartamento. Pero fue una amiga como ninguna otra. Con todos.


Ese es el tipo de duelo que cargamos y cargaremos por el resto de nuestras vida. Guardado, en silencio, tras las alegrías y victorias diarias. A veces, en público. A veces, en privado. Pero siempre presente. Como una segunda piel. 


Hay otros duelos que no nos son tan profundos o perpetuos. Esos, los manejamos de manera diferente. Los llevamos de otro modo. A otro ritmo. Son más fáciles de procesar. De dejar en el camino. De soltarlos. Sanamos y continuamos. 


Hace unos años, una estudiante llegó un día al salón con el pelo bien corto. Aquella melena negra que tenía no estaba más. Fue un shock para algunos en el salón y en la escuela. Su madre me escribió para decirme que ella y su esposo se iban a divorciar. Que aunque su hija sabía que era lo  mejor para todos, procesó su duelo a través del cabello. Como renacer dentro de lo que pasaba en su vida. 


Hay unos duelos que llevamos por otros. Porque hemos visto sus sufrimientos. Porque no pudimos salvarlos. Porque no pudimos disminuir su carga. Porque su duelo es tan grande que se desborda y ayudarlos les hace el camino menos pesado.


Llevamos el duelo de las vidas que no fueron y que anhelamos con todas nuestras fuerzas. Esas infinitas vidas que no nos fueron posibles y aún pensamos en ellas, en medio de la nostalgia de la noche.


Los duelos de lo que fue y no funcionó. 

Los duelos de lo que no volverá a ser igual.

De todo aquello que jamás será.


Los duelos por la gente que aún vive pero no en nuestras vidas. 

Los duelos de esa gente que ya no habita en nuestros universos. 


Celebro con alegría a los que estuvieron. Las huellas que dejaron. Las memorias. 

Llevo todo su amor y todo lo que me dieron. 


Mientras continuamos viviendo, creando y sintiendo, vamos también, llevando todos esos duelos que nos quedan por vivir. 

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