Curarse
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Curarse


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No sé si aún hemos aprendido a celebrarnos. Estoy segura que cuando lo aprendamos, vamos a ver y a sentir la vida diferente. Y es que tomar el tiempo para felicitarnos a nosotros mismos por lo que hemos logrado hemos alcanzado nos cuesta a todos. A unos más que a otros, lo sé. 


En estos últimos años he aprendido que no hay victoria pequeña. Todas y cada una de esas victorias vienen después de mucho trabajo, sacrificio, llanto. A veces, llegan después de periodos de soledad, de incertidumbre, de dolores. Otras simplemente llegan de la nada, como arte de magia.  


La diferencia es saber reconocerlas, aceptar que sí nos merecemos esas victorias y esas cosas buenas que nos suceden. Creo que ya les he dicho aquí que hace unos años una amiga me dijo que yo tenía que creer que las cosas buenas también me pasan a mí. Desde ese día he aprendido a aceptarlas y a apreciarlas más, por todas aquellas veces en las que dudé merecerlas. Y ahora, celebro todo y las victorias de mis amigos también. 


Anoche una de mis queridas amigas estaba celebrando su cumpleaños y aunque todos los cumple son especiales, este es uno aún más porque han sido varios años de lucha intensa. Esas luchas que uno ni le pide a la vida ni las espera… pero cuando te da el golpe bajo no te queda otra que hacer frente y pisar fuerte. Pues así.


El plan era sencillo. Una noche de karaoke, varias amigas y celebrar. 


Cuando llegamos, la cumpleañera y yo éramos las únicas; el resto venía con retraso. Pues cantamos solas fue el plan. 


No sé si lograrán imaginar lo mal que cantamos. No hay entonación, ni voz, creo que menos hay ritmo. Lo que sí les puedo decir es que entre cada intento los ataques de risa no faltaron. Es que el karaoke no es lo de nosotras pero era algo diferente y nos daba la oportunidad de estar unidas, celebrando y pasándola chévere. El resto fue llegando poco a poco y la risa aumentó. Cada canción era mejor y peor al mismo tiempo. 


Una de las mingas nos hizo mucha falta porque esa sí es la reina del karaoke, así que los videos de nuestras interpretaciones le llegaron a sus vacaciones y la promesa de volver con ella. 


Al final, la noche no pudo haber sido mejor: buenos amigos, un rato chévere, ataques de risa constantes, los abrazos, la compañía, saber que nos tenemos presente y la promesa de regresar. 


Lo que me hizo reflexionar sobre todo esto es lo que puso mi amiga acompañando las fotos de la noche: Por ahí leí que cantar cura… y me fui a curarme. Automáticamente, se me salieron las lágrimas. Por todo lo que esas palabras implican. La lucha. La victoria. La responsabilidad personal. La responsabilidad colectiva. Todo eso y más. Mucho más. 


No dejaba de  pensar en esas palabras y en lo importante que es para todos nosotros poder entender que a veces nos toca a nosotros mismo curarnos. En silencio, en privado, a veces, públicamente y con espectadores. A veces, en soledad. En la distancia. En lo incierto y en la incertidumbre. Nos toca aprender a sanar en el constante movimiento de la vida y con todo lo que conlleva continuar. 


Con todo lo que conlleva continuar con el peso de la carga. 


No podía sacarme de la mente esas palabras porque pensé en todas las veces que no podemos ir a curarnos. En todas las veces que nos faltó compañía en medio del camino. Por todas las que no pudieron salir a curarse. Pero sobre todo, lloré porque tuvimos la oportunidad de ir y no solo curarnos con ella, sino de celebrarlo. Con risa, con música y con cero entonación. 


Tenemos que aprender a celebrarnos y hacer de esas celebraciones un hábito. Aprender a celebrar a nuestros amigos, a nuestra familias, a nuestra gente. A nosotros mismo. 


Si no tienen con quién celebrar y no quieren celebrar en soledad, espero que sepan que me pueden llamar. Ahí estaré siempre.

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