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El Lola


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Por los días en los que me dolía vivir.


Eso escribí en el banner enorme que había en el Expo del Lola Challenge. Hasta ese momento no había ni llorado ni había demostrado ninguna emoción. Eso era algo que llevaba encerrado en mi corazón. 


Nadie sabía la razón verdadera por la que me había inscrito. A casi todos les dije que, como el Doctor me había dado el Ok para volver a ejercitarme pues… vamos a hacerlo. 


Pero la realidad era que quería hacerlo por aquellos días en los que me costaba levantarme de la cama. Aquellos días en los que mi cuerpo me traicionaba y me robaba la vida. Por aquellos días en los que lloraba en la oficina de mis médicos porque el plan no me aprobaba la cirugía. Aquellos días en los que llegué a pensar que me iba a morir. 


Pero ahora que, poco a poco, voy volviendo a ser quien era, necesitaba superar esa prueba. Demostrarme que podía hacerlo. Que estaba recuperando la persona que yo era antes de la pesadilla que viví.


Una de las maravillas de la vida es tener gente a tu lado y en tu vida que te apoye en todo. En las aventuras, en las buenas, las malas, las regulares. En las locuras momentáneas que después no sabes cómo explicar. 


Veía la promo de la carrera y la tentación era grande… Así que un día le pregunté a una amiga, Laura Melinda, si se animaba a hacerla. Ya ella la había hecho así que ella sabía lo que había, yo no…  Laura dijo que sí, de una, sin dudarlo. Pues ya estaba. 


Una vez digo que voy a hacer algo, no hay marcha atrás. Ya lo había hablado con mi terapista sobre esas metas a corto y largo plazo que tenía que buscar y esto era perfecto para mí. Ahora había que meter mano.  


Comencé a caminar por las noches y los sábados por la madrugada. Horrible. Con lo mucho que me gusta dormir. Pero ni modo, ya el compromiso estaba hecho. Al principio pensaba que me iba a desmayar en plena avenida. Pero seguía. A cada rato me encontraba con mi primo, en su entrenamiento,   y su: “Eso, Lola”, me sacaba siempre una carcajada.


En las semanas que pasé “entrenando” para el Lola vi poco a poco como mi cuerpo aguantaba más y más el empuje. Como me hacía falta los días que no iba a caminar. La sensación de satisfacción cada vez que “rompía” mi propio tiempo.  


La noche antes casi no dormí. Sentí una mezcla de miedo con adrenalina. Me dolía el cuerpo, la cabeza. ¿Tendré la monga? Pensé profundamente, por primera vez, si sería capaz de hacerlo. De terminarlo. ¿Y si soy la última? 


Honestamente, no estoy en forma. Ni fit, ni flaca, ni nada de  lo que comúnmente podemos asociar con los atletas o corredores. Mind you, yo no correría ni para salvar mi vida. Eso mismo fue lo que le dije a mi doctor cuando me preguntó si lo iba a correr. Dude, please. “Doctor, lo voy a caminar y que sea lo que Dios quiera…” 


Pero aún sintiendo todo eso, cerca de la una de la madrugada del viernes, salí de casa con Mami a la estación del  tren urbano para llegar al Viejo  San Juan. Porque para ser honesta, no había miedo más intenso que el de fallarme a mí misma. Ya la salud y el cuerpo y la vida me habían fallado mucho como para también, ahora yo, fallarme. ¿Me entienden? No lo podía permitir. Ese fue el verdadero momento de hazlo con miedo. 


Tan pronto llegué al punto de encuentro se me fue el miedo y la ansiedad. Para alguien que no es atleta, far from it…, la emoción que sentí es difícil de explicar. Una mezcla de muchas cosas. Orgullo, felicidad, prisa, que se acabe ya. 


En algún momento alguien me dijo que lo disfrutara. Que le prestara atención a lo que hacía. Estar presente. Eso hice. 


Antes de la carrera llovió un poco y esa lluvia me calmó los nervios. Llegó mi amiga, nos dimos ánimos (aunque ella es una dura en las carreras) y eso me relajó bastante.


10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2,1… nos fuimos. 


Hay tantas cosas que quedaron grabadas en mi mente y en mi corazón de ambos días. La gente gritando y haciéndonos reír. Los carteles, el matrimonio frente a La Perla con el bebé dando ánimos, la señora que nos decía que solo faltaba un fua. Mami gritando por nosotras en Ballajá. 


La gente feliz por un rato.


El logro. 

Las lágrimas.

El orgullo.


Esa sensación de triunfo y aunque para muchos puede ser un hecho mínimo, sin mucha importancia, para mí significa tanto.  Valoro cada minuto corrido y caminado. Cada gota de sudor. Cada lágrima.


¿Han escuchado la canción Dog Days Are Over? Esa sensación de correr frenéticamente en libertad y disfrutando de la euforia que te causa… así me sentí. En esas dos carreras dejé todo eso que llevaba conmigo. 


Me siento feliz y orgullosa de haberlo hecho. De poder tener la salud física y emocional para haberlo enfrentado. Los dog days are over, gracias al cielo y a mi doctor.


Ya no tengo que correr de ellos. Ahora puedo correr por mí.

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