Amigos
- Lola R
- 29 jun
- 5 Min. de lectura

Siempre he intentado ser una buena amiga. Esa amiga que está, que ayuda, que acompaña, que aconseja. Esa que escucha, que te apoya. Que está contigo en las aventuras, en las locuras y en lo que tendríamos que negar en una corte. En el regaño y en el no estoy de acuerdo. Desde lejos o de cerquita. Estar es importante para mí. Siempre.
Pero no ha sido hasta hace unos días que me puse a pensar en lo importante que es tener buenos amigos. Creo que nunca antes lo había meditado tanto como hasta ahora. Y no quiero que me malinterpreten. Yo siempre he sido extremadamente agradecida de la vida, el universo, Dios, los astros… por los amigos que me han tocado. Todos, en todas las etapas, tienen un lugar especial en mi corazón. Casi todos.
Es probable que, como hija única, los amigos hayan llenado ese espacio destinado para los hermanos. Y estoy segura que no pudo ser de una mejor manera. Mis amigos son mis hermanos, mi familia, tan simple como tan cierto. No hay uno de mis amigos que no sea el sobrino favorito de mis tías, o el hijo favorito de Mami o, el primo favorito de mis primos. Muchos de ellos son “Báez” honorarios y disfrutan de la chulería y el bullying familiar.
Me encanta unir a mis grupos de amigos entre ellos, que todos se conozcan, se complementen y a su vez, se hagan amigos. No soporto la idea de tener grupos de amigos que no se conocen. Respeto a la gente que lo hace, pero ni lo entiendo ni lo podría hacer. Aquí todos somos panas. Aquí todos nos reímos y sufrimos juntos.
La amistad y el sentido de ella va cambiando según voy “haciéndome adulta” y con cada experiencia vivida. Cambiando porque ya no soy la misma y porque cada día la valoro más. Aprecio lo que son y lo que aportan en mí. Por lo que construyen y por todo aquello de lo que me permiten ser parte. Los defiendo con la vida y saben que siempre estoy. Siempre.
La intensidad de mi ser ha tenido que bajar o subir de volumen de acuerdo a la personalidad de los amigos. Eso ha sido aprendizaje. No todas las personas pueden manejar mi intensidad e impulsividad de la misma forma y con la misma calma. Aprendí que no es personal, ni son ellos ni soy yo. Simplemente es. Pero aún así me permiten ser sin juzgar. Pienso también que con mucha paciencia porque no deber ser fácil ser mi amigo… sorry. Pregúntenle a Rafa o a Héctor. Pero de igual manera sé que les diga lo que les diga, no me van a juzgar.
En todas esas etapas, en cada aspecto, en cada minuto de mi vida puedo atar una memoria con uno de mis amigos. Aunque suene a cliché, en las buenas y en las malas. Siempre hay uno.
La peor parte de todo esto de tener amigos es cuando se nos adelantan en el viaje eterno. Lo sufrimos con Jennifer en el 2020. Maldito cáncer. Jennifer era el alma de la fiesta. La alegría del corillo. A la que le preguntábamos dos veces las cosas porque nunca sabíamos si nos estaba “corriendo la máquina” o nos estaba hablando en serio. Un día, mientras almorzaba en Manhattan, recibí la llamada de Jennifer que nadie quiere recibir. Cuando le dije que ya me dijera en serio lo que me iba a decir entendí que esa vez no había relajo. Era la cruda realidad. “Lolilla, no quiero que te preocupes. Te lo digo porque empiezo el proceso y necesito tu buena energía.” Recuerdo que lloré tanto de camino al apartamento que el muchacho del Uber se preocupó. “Confíe, joven, confíe” me decía.
De esos golpes no nos recuperamos jamás. Ese vacío no se llena nunca. Lo peor es que a veces siento que se me olvida su voz y me parte el corazón. Espero que en la eternidad sepa que la seguimos amando y extrañando como el primer día y que aún no hay nadie que limpie la casa después de un party como ella.
Hay tanto que escribí aquí antes de enviárselo a Rafa, para que le diera el OK, que no llegó a leer porque lo borré. Es que a veces no hay espacios para esos sentimientos o no es el tiempo de dejarlos salir. Tampoco quiero sonar melancólica. Aunque me dijeron que “si tu escritura es melancólica en esencia, pues Lorraine, lo es y ya”. Pero cuánta gente y qué muchas cosas he recordado. He vivido una vida bonita con ellos. Honestamente, han sido muchas vidas.
Hay amigos que conocemos de toda la vida y son parte de uno. Nos complementamos en una cadencia que no se explica, se siente. Fluye de manera natural porque simplemente es así. Hay otros que llegan más adelante y hay otros con los que la vida nos permite reconectar después de muchos años; y es lo mejor que nos puede pasar. Nuestros ritmos y universos se acoplan de tal forma que es como si siempre hubiesen sido parte de. Esa gente nos expone a nuevos mundos, a nuevas experiencias, a gente nueva que nos aporta alegría. Aprendizaje. Sazón. Que no juzga, que escucha. Que comprenden.
Hay otros amigos que su tiempo en nuestra vida caducó. O se auto exiliaron. O los “fuimos”. De todos se aprendió, incluso, pudimos aprender a no ser como ellos. Todo es aprendizaje. Es probable que en algún momento les haya fallado. No lo sé. Ojalá que no. Sólo espero que algo bueno de lo que vivimos continúe con ellos. Ojalá estén bien y en salud. Que sean felices y libres.
Mientras termino de escribir esto, estoy en la piscina con un trago en la mano celebrando la vida de una gran mujer. Una de esas nuevas amigas que llegó para quedarse en la vida de todos. De esto se trata. Este es uno de los propósitos de la vida: vivirla y compartirla con la gente que es. La que aporta y la que tiene que estar. La gente que nos permite celebrar su victorias.
A veces es difícil medir la magnitud del impacto que los amigos tienen en nuestra vida y en nuestra acciones y decisiones. Lo que representan y lo que significan. Yo trato de honrarlos en el presente porque ya sé lo que es no tenerlos en mi futuro. Siempre le pido a Dios, a la vida y al universo por ellos. Que estén bien y por sobretodas las cosas, que sean felices.
Mis amigos saben que me pueden llamar para ir por un café o al fin del mundo. No hay distancia que no recorra para estar con ellos. Que siempre estará mi hombro para recostarse, un vinito para celebrar y un café para ponernos al día. Ojalá me duren una eternidad.
Un brindis por esos que son amigos, que son hermanos y que siempre están.
Para ustedes, ¡salud y pesetas!